sábado, 12 de febrero de 2011

8. La fiesta sorpresa


        Tres meses después de que me pusieran la ventilación mecánica a domicilio, a principio de junio, me volvieron a ingresarme para hacerme un control. Solo estuve     un par de días. Acababa de cumplir veinticinco años. Mientras estuve ahí, mi madre     se comportaba de una manera extraña. Veía que apuntaba algo en un bloc de notas. Después vino Montse, la fisioterapeuta, a verme y se pusieron a hablar fuera de la habitación. Aquello me extrañó aún más. Ya en casa, el teléfono sonaba más de lo normal. Además, venía mi madrina el fin de semana (vive en Madrid). Tuve mis sospechas, y no me equivoqué. Pero no dije nada para no estropear la sorpresa que me estaban preparando (una fiesta de cumpleaños). Mi madre me dijo que iríamos a cenar el viernes en un restaurante, mis padres, mi hermano con su novia, mi madrina y yo, a celebrar mis veinticinco años.

        Cuando llegó el día, mi madre me preguntó:
        -¿No sospechas nada?
        -La verdad, es que aquí hay gato encerrado. –contesté.
        -Sorpresa, sorpresa. Las sorpresas no se dicen.
        Además, mi padre y mi hermano se fueron antes que nosotras (para recibir a los invitados).

        A las 9:00h de la noche llegué al restaurante, el dueño me felicitó y me dijo que   ya tenía la mesa preparada para cinco personas.
        Abrió las puertas y me encontré con más de sesenta personas de pie, recibiéndome con aplausos, estaba tranquila pero al ver a las dos lloronas de siempre (las dos Montses, la fisioterapeuta y la profesora del colegio) me contagiaron y me emocioné.
        Recorrí las mesas saludando a todos. Los profesores del colegio, la profesora de música Nuria con su hija Neus, mis amigos…
        A las que menos esperaba encontrar eran a la profesora de pintura Pepi y a una compañera, Gloria. El día de mi cumpleaños lo había celebrado con mis compañeros   de pintura en la clase.

        Los que faltaron fue porque tenían compromisos, como por ejemplo, un grupo de cantantes llamado Voces de Romero, tenían una actuación y no podían suspenderla. Pero el día anterior vinieron a mi casa dos de ellos, Vicente y Dori, que además son  marido y mujer; en nombre de todos me regalaron un colgante de la Virgen del Rocío vestida de pastorcita.
        Vicente, además de cantar con el grupo, es locutor de radio. Siempre me dedica una canción. Entre nosotros hay una gran amistad.

        Durante la fiesta apenas pude cenar. Era la primera vez que celebraba un cumpleaños con tanta gente.
        Además aquello parecía una boda, sólo faltaba el novio. Recibí un montón de regalos: peluches, joyas, lápices de colores, ramos de flores…
        Recuerdo que casi no cabíamos en el coche (mis padres, mi madrina y yo) con todo los regalos dentro.
        Esa noche, no pude dormir de lo feliz que estaba. Tenía ganas de hablar con mi madre, la pobre estaba muerta de sueño y agotada. Ella se encargó de que todo estuviera organizado. Toda la gente estuvo contenta con la comida y con la bebida, especialmente con el cóctel de cava. Felicitaron a mi madre.

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