viernes, 10 de diciembre de 2010

B



De buscar. En esta entrada me gustaría explicaros por qué me decidí por el nombre de Pajaritana para este blog, y qué ha significado para mí la búsqueda de gente y de actividades.

El nombre Pajaritana procede de la pajarita de papel y mi nombre Ana.
Durante años hacía pajaritas de papel en miniatura. Una parte de mis actividades, junto con la creación de crucigramas y la pintura. Soy una persona que no me conformo en hacer una sola cosa. Cuando dejo de hacer una, por problemas de dificultad física, busco otra.

Mucha gente, cuando cae enferma, busca La Gran Respuesta. Se preguntan por qué les ha pasado eso a ellos, si hay tanta gente en el mundo; qué han hecho ellos. La Gran Respuesta, lo digo desde ya, no se puede buscar porque no existe. O más bien, sí existe, pero no hay camino para alcanzarla: la respuesta, para mí, es el resultado final de muchas pequeñas acciones a lo largo de los años, en mi caso muchas pajaritas cada vez más diminutas y muchos pequeños gestos de cariño. En vez de dedicarme a buscar una respuesta que no venía, me dediqué a resolver de qué manera podía hacer la pajarita más pequeña posible. ¿Por qué? Porque el antídoto al veneno de esa pregunta no se busca de la manera tradicional.  

Desde pequeña siempre me había atraído la papiroflexia. Así que busqué a alguien que supiera hacer pajaritas de papel, y nadie sabía, hasta que un día encontré un libro de papiroflexia en un centro comercial. Así aprendí a hacer pajaritas de papel y las hacía cada vez más pequeñas, hasta llegar a cinco milímetros por cinco milímetros. Después conseguí llegar a tres milímetros sin utilizar ninguna herramienta para doblarla, sólo con mis propios dedos. Al hacer tantas pajaritas quise regalar a mis amistades y a personas muy conocidas como Sergio Dalma, Los del Río, Jordi LP… También a locutores de radio.
La pajarita de papel en miniatura fue mi llave maestra para entrar en los camerinos de los cantantes y conocerlos en persona.  Bueno, en realidad no siempre lo conseguía. Depende el lugar y la gente que les rodeaban.
Gracias a este pasatiempo conocí a mucha gente famosa. Algunos  llevan aún en el bolso las pajaritas que les regalé. Parecería una tontería para la mayoría de la gente, pero ellos dicen que les da suerte y les gusta llevarla encima. Sin siquiera buscarlo, había encontrado un uso para las pajaritas.

jueves, 9 de diciembre de 2010

C


De crucigrama.


Después de mi operación de traqueotomía en el año 2002 se me ocurrió inventar crucigramas para entretener mi mente y aislarme del dolor y molestias que sentía en mi cuerpo. Al tener que pensar en buscar palabras que encajasen me ayudaba a olvidar de la situación que estaba viviendo.
De alguna manera lograba olvidarme de todo, incluso del tiempo que pasaba.
Al principio parece fácil encontrar palabras que encajen en el crucigrama, pero cuando me quedaban pocas por rellenar se me iban complicando. A veces tenía que mirar en el diccionario para comprobar si existía esa palabra.


¿Hay algún parentesco en los crucigramas con la vida? Creo que sí. Porque a lo largo de nuestra vida van surgiendo problemas que tenemos que resolver. Dependiendo qué tipo de problemas a veces es necesario pedir ayuda para solucionarlos.
Cuando tenemos uno serio, nos damos cuenta de aquellos que creíamos que nos ayudarían nos dan la espalda o se inventan cualquier excusas.  Pero a veces hay personas desinteresadas que te ofrecen una mano. Y ahí es donde vemos la realidad, quiénes están de nuestro lado y quiénes no.

5. Cómo conocí personalmente a Jordi Pujol


Entre finales de abril y principios de mayo del año 1999 se celebró la Feria de Abril de Barcelona.
        Poco tiempo después de estar ingresada por la ventilación mecánica a domicilio. Mis padres, nuestra amiga Carmen y yo fuimos a la feria. Mi padre y Carmen iban delante de nosotras buscando la caseta donde actuaban un grupo de cantantes que además eran amigos míos, cuando de repente, justo cuando nosotras acabábamos de salir de un pequeño camino entre casetas vemos a un grupo de personas trajeados. Uno de ellos se dirigió hacia mí cuando me vio y ¡no me lo podía creer! ¿Es Jordi Pujol? ¡Si, era el señor Jordi Pujol, presidente de la Generalitat de Cataluña!
        Me preguntó cómo estaba y yo le contesté que me encontraba bien. Le regalé las pajaritas de papel en miniatura. Un fotógrafo nos hizo fotos y después nos pidió la dirección para enviarnos la foto.

        Recuerdo que tardé seis meses en recibir la foto.
        Un día recibimos una llamada telefónica, era la secretaria del presidente señor Jordi Pujol, Carme Alcoriza. Preguntó si podía venir a mi casa a entregarnos la foto, dijimos que sí. A la semana siguiente vino la secretaria del presidente, me contó que como habían perdido mi dirección enviaron las fotos a un ayuntamiento y daba la casualidad de que ahí trabajaba una conocida y le dio mi teléfono. Me entregó la foto enmarcada y firmada por el señor Jordi Pujol. Vio mis cuadros de dibujo, me preguntó si hacía exposiciones, contesté que sí y que quería hacer otra en Barcelona. Ella misma me dijo que miraría de organizar una.

        El 20 de abril de 2000, unos días antes de Sant Jordi, fui con mis padres a visitar al señor Jordi Pujol, le regalé un cuadro pintado por mí. Nos recibió en su despacho particular, también estaba presente la secretaria que vino a mi casa a entregarnos la foto. Estuvimos charlando un ratito. Lo que a mí me sorprendió es la memoria que tiene el señor Jordi Pujol, se acordaba de todo lo de cuando nos conocimos. Nos contó que estuvo preocupado por la foto; cuando da su palabra procura cumplirla.
        Tuve la oportunidad de conocer mejor al señor Jordi Pujol, es una persona muy humana e inteligente.

        Pasado un tiempo, me llamó un tal Ramón Pujol, del Departament de Benestar Social, para decirme que si quería hacer una exposición en el Palau de Mar (Barcelona). Carme Alcoriza le había hablado de mí. Me pidió las fotos de los cuadros. Quedamos un día y le llevé las fotos. Los vio y le gustó mucho. Nos pusimos de acuerdo en la fecha, para tres meses más tarde. Después me enseñó la sala de exposiciones. Me gustó mucho, tanto Ramón Pujol como su secretaria Sònia Claveras han sido muy amables conmigo.

        Un día vino un fotógrafo a mi casa, me hizo un reportaje fotográfico mientras pintaba; para ponerlos en la exposición junto a los cuadros.

        El 7 de mayo de 2001 a las siete de la tarde inauguré la exposición con la consellera de Benestar Social, Irene Rigau, e invitados.
        En un capítulo anterior ya conté cómo me fue.

4. Yo acepté la ventilación mecánica a domicilio


En septiembre de 1996 por mis problemas respiratorios el doctor Pradas me envió al Servicio Respiratorio y desde entonces me ha visitado la doctora Rosa Güell.
        Allí me hacían un análisis de sangre (una gasometría) para comprobar el nivel de dióxido de carbono en la sangre. Me dejaron un aparato, que se conecta al dedo, que se llama pulsímetro y sirve para comprobar el nivel de oxígeno en la sangre. Me lo tenía que poner toda la noche mientras dormía, y lo tenía que devolver a la mañana siguiente.

        En la última visita con la doctora Güell, antes del ingreso, los resultados de la gasometría salieron más o menos igual que las anteriores. Pero yo le conté que en los últimos meses me cansaba mucho y tardaba dos horas en comer. Decidió ingresarme pasados quince días y repetir la prueba cuando acababa de despertarme. Me presentó al doc- tor Antón. Me dijo que sería él quien me visitaría. Porque ella se marchaba a Canadá seis meses a hacer un curso.
        Mientras tanto, esperé a que me llamaran.
        Una semana antes del ingreso, empecé a empeorar, tuve pérdida de apetito y por las noches me costaba dormir, también me costaba respirar. Me dijeron que cuando una persona necesita ventilación mecánica, los primeros síntomas son: durante el día que- darse dormido, dolor de cabeza y más adelante, dificultad para concentrarse. A mí no me daba ninguno de esos síntomas.

        Me ingresaron el 28 de febrero de 1999. Me pusieron el pulsímetro toda la noche. Por la mañana temprano, me hicieron análisis de los gases (gasometría). Cuando tuvie- ron los resultados, el doctor Antón llamó a mi madre, le contó que los resultados salie- ron mal.
        Mi madre le dijo al doctor Antón que conmigo podía hablar tranquilamente y que me explicara lo que me iban a hacer. Quería saberlo todo (siempre quise estar informada para estar más tranquila). El doctor Antón me dijo que tenía que ponerme el respirador para dormir.

        Primero vino la fisio a hacerme una mascarilla. Con una pasta se moldea y se colo- ca en toda la nariz y cuando se endurece se retira la pasta. Así la mascarilla nasal que te pones se adapta mejor que la mascarilla industrial.
        Cuando tenían la mascarilla lista, empezaron a rodearme de máquinas y cables. El doctor Antón me dijo que no me asustara (no me asusté, más bien, me quedé mirando el lío que montaban en preparar los aparatos). Me pusieron el respirador y me dijo que no respirara, que la máquina se encargaría de hacerme respirar. También me dijo que si quería dormir que lo hiciera. Seguí su consejo y a los cinco minutos de conectarme, me dejé llevar y más tarde me quedé dormida.
        Cada rato pasaba a verme para comprobar cómo iba.
        La primera noche aguanté cinco horas con la máquina, y la segunda, siete horas.
        Recuperé el apetito. Ya no tardaba dos horas en comer.
        A medida que fueron pasando los días, la mascarilla me hacía daño en el hueso de la nariz. Me pusieron un trocito de apósito pero no me iba bien. Un día mi madre, probó con una gasa, la dobló en forma de tira, me la puso en la zona donde está el hueso de la nariz antes de poner la mascarilla, de esta forma fue mejor.

        Los dos primeros días de estar ingresada, conocí a mi compañera de habitación, una mujer llamada Julia. Nos hicimos amigas. Ella también necesitaba la máquina para dormir. Pero a ella le costaba adaptarse. Me decía:
        -Que bien lo llevas.
        Hoy en día seguimos en contacto y de vez en cuando nos vemos.

        A los once días de estar ingresada, me dieron el alta. Regresé a casa con el respirador para dormir (ocho horas) y dos horas por la tarde.

        Tres meses después me volvieron a ingresar para hacerme un control, sólo estuve un par de días. Y así, cada cierto tiempo volvía para hacer lo mismo: un control.
        ¡Lo que son las cosas! Una enfermera me conocía de antes:
        -Yo a ti te conozco –me decía -tú has estado en tal sitio, en una fiesta del barrio.
        Otra enfermera, en este caso era una auxiliar llamada Mª José, también me dijo lo mismo:
        -Tú has estado en la firma de discos de Sergio Dalma.
        Con esta última, después de conocernos, seguimos en contacto y he conocido a sus hijas.

        Cuando me hacían los análisis de los gases, a algunas enfermeras les costaban pillarme la arteria. Un médico no fue capaz de pillarla, al final se puso nervioso (en cambio, yo estaba tranquila). También a una enfermera, que me pinchaba antes de pasar a la visita médica, a veces le costaba, y cuando no la pillaba tenía que venir otra enfermera. Un día, conocí a una enfermera llamada Garbiñe, la primera vez que me pinchó me que- dé asombrada. Llega ella, nada más ponerme la aguja en la muñeca y ya está. No me dolió nada. Tengo la arteria a flor de piel, por eso cuesta pillarla. Si se pasaban me dolía.


        Recuerdo que, en uno de mis ingresos, había una enfermera que trataba de ayudar a relajarse a mi compañera de habitación para que se durmiera. Después, a mí me vio despierta y escuchando música, me lo quería quitar y me dijo que durmiera. Mi madre le di- jo que yo escucho música antes de dormir (en casa, antes de las tres de la madrugada me ponía a pintar, en ese horario es cuando tengo inspiración). Al rato volvió y como yo aún seguía despierta, pensó que estaba nerviosa, intentó que me durmiera haciéndome masajes en las sienes. Como veía que no me dejaba en paz, me hice la dormida. Mi madre sabía que estaba fingiendo y tuvo que aguantar la risa. Cuando se fue nos reímos.

sábado, 4 de diciembre de 2010

2. Una vida llena de actividades


A pesar de mi enfermedad fui al colegio normalmente y cuando acabé mis estudios de EGB, decidí estudiar música. Estuve 10 años en una escuela de música. Allí aprendí y disfruté un montón. Cada año hacíamos un concierto para los familiares y amigos. Cuando me tocaba salir a tocar el piano, a muchos les sorprendía lo bien que tocaba. Durante varios años, tuve un profesor llamado Óscar (tiene unos años más que yo). Con él, muchas tardes me lo pasaba genial. A veces contaba chistes, gastaba bromas... Recuerdo que cuando el profesor se equivocaba, yo no lo entendía y se lo dije, mejor dicho, se lo corregí. En otra ocasión, cuando nos tocaba leer solfeo el profesor dijo:
        -¿Quién empieza?
        Nadie contestó. Al rato dije:
        -Yo.
        -Así me gusta. –dijo el profe.
        -Alguien tenía que empezar, ¿no? - contesté.
        También recuerdo que a veces nos reíamos cuando cantábamos una pieza un poco rara.
        Me he llevado muy bien con mis compañeros y profesores. En los últimos años, en mi clase éramos cuatro gatos, los que fueron dejando tenían que trabajar o iban a la uni- versidad.


        Desde pequeña preguntaba a las personas que conocía si sabían hacer pajaritas de papel, y nadie sabía, hasta que un día, mis padres, mi hermano y yo fuimos a un centro comercial. Mientras mis padres compraban mi hermano y yo fuimos a mirar libros. Ahí encontré uno de papiroflexia. Así aprendí a hacer pajaritas de papel y las hacía cada vez más pequeñas, hasta llegar a cinco milímetros por cinco milímetros. Después conseguí llegar a tres milímetros sin utilizar ninguna herramienta para doblarla, sólo con mis propios dedos.
        Con esto entré en el Libro de los récords catalanes en 1994.
        Empecé a regalar pajaritas y gracias a ellas conocí a mucha gente y artistas famo-
sos.


        Como siempre fui muy activa, también hacía dibujos, me gustaba dibujar Snoopy, Mickey Mouse…
        Hasta que un día, la asociación de enfermedades musculares me pidió un dibujo para la felicitación de Navidad. Cada año, por Navidad, nos reuníamos todos los de la asociación y los afectados recibíamos regalos. En diciembre de 1992, a mí me regalaron una caja de pinturas al pastel.

        Cada año visitaba a mis antiguos profesores en el colegio donde estudié. Ese mis- mo año, en diciembre de 1992, fui a verles y a entregar las felicitaciones de Navidad que hice para la asociación. Ese mismo día, estaba el que fue mi profesor de dibujo, Fé- lix, y me preguntó que hacía, le conté que iba a clases de música y que había hecho un dibujo para la felicitación; le di una y le gustó. Me comentó porqué no iba a aprender a pintar para entretenerme. Le comenté que no encontraba un centro que tuviera ascensor o estuviera en una planta baja. Él me contestó que conocía a una profesora y que además era amiga suya, me dio la dirección y fui con mi madre directamente al lugar.
        Cuando llegué, él ya la había llamado. Conocí a la profesora Pepi. Hablamos y nos pusimos de acuerdo con el horario.
        A mediados de febrero de 1993, con 19 años, empecé a asistir a las clases de dibu- jo y pintura. Empecé a pintar con témpera, ceras… hasta que probé con pasteles. Ahí descubrí que la técnica del pastel era lo mío. Y pasado un tiempo, los lápices de colores.

        En junio de 1994 hice mi primera exposición. Fue un éxito.
        Volví a hacer otra en septiembre de 1996.
        También hice exposiciones colectivas con todos los alumnos de la clase.
        Y en mayo de 2001 hice una en Barcelona, en el Palau de Mar. Inaugurada por la consellera de Benestar Social, Irene Rigau. Estuvo muy bien, a la gente le gustó  y mucha gente se quedó con las ganas de comprar un cuadro. No estaban en venta (no quise venderlos). Cada cuadro era para mí una experiencia única y me costaba desprenderme de ellos. Son muchas horas de trabajo y cuando empiezo uno, nunca sé el resultado. Lo voy pintando sobre la marcha.
        Los que entienden de pintura me dicen: “eso no se aprende, lo llevas dentro”.
        Recuerdo que hubo un par de cuadros que llamaron la atención, sobre todo uno que era una puesta de sol con un alpinista. Mucha gente quería este cuadro. Yo les decía: “lo siento, no está a la venta”.
        Expuse 70 cuadros, y había de todo: paisajes, flores, animales, retratos…


        Aparte de pintar, en verano de 2001 me dediqué a hacer pulseras y collares con bolitas de colores. Me encanta hacerlos.
        Tengo una colección de collares y pulseras, me las ponía a juego con la ropa, y también  regalé unos cuantos a mis amistades.
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