En junio de 2002, tuve otra visita
con el doctor Antón. Hablamos de tomar la decisión de hacerme una
traqueotomía y una gastrostomía. Me recomendó no esperar mucho. Sería mejor
prepararlo todo ahora con los mejores médicos y anestesista, para hacerlo
después del verano. Me comentó que con la traqueotomía perdería la voz y por
si no pudiera comer me harían también la gastrostomía a la vez.
Durante los tres meses siguientes lo
pasé mal, de vez en cuando tenía ganas de llorar, tenía miedo, pero después
se me pasaba. Siempre procuré tener la mente ocupada, pintar, leer, hablar
con mi madre…
Era una decisión que tenía que tomar.
No me quedaba más remedio que aceptarlo. Durante todo ese tiempo yo sola tuve
que mentalizarme, prepararme psicológicamente para que cuando llegara el día
de la intervención tener fuerzas para soportarlo. Quizás necesitaría llevarlo
las veinticuatro horas del día (como así fue).
Un día fui a un centro comercial,
entré en una tienda y vi un conejito de peluche. Parecía de verdad. Cuando
llegué a casa, me quedé con las ganas de comprarlo. Al día siguiente fui a
buscarlo. Dormí con él. Me relajaba mucho al tocarlo. Es muy suave, que es lo
que a mí me gusta, súper suave y casi real. Después, por mi santo, mi madre y
mi hermano me regalaron un cachorro de peluche también (ahora duermo con él).
Aunque parece mentira, me hace mucha compañía y me relaja al tocarlo, después
me quedo dormida. Nunca necesité tomar ningún medicamento para dormir, y
ahora con el peluche menos todavía.
En octubre me llamaron para
ingresarme el día veintitrés del mismo mes.
Antes de la operación estaba
preocupada y un poco nerviosa por no saber lo que podía pasar. Mi madre me decía que no me
preocupara, que todo estaba controlado. Me acompañó hasta el quirófano. A mi
familia le dije que no quería nada de besos ni mimos, para evitar
emocionarme.
A las nueve de la mañana estaba ya en
el quirófano y confiaba en que todo saldría bien. Pasé mucho frío aunque
después me taparon. La verdad, no tengo mal recuerdo de ese día. No me
dejaron sola ni un segundo; uno empezó a hacer bromas y cantar la canción de Antón perulero. También decía que uno
era feo y yo decía que no.
En el fondo estaba deseando que me
durmieran ya. Se me hacía eterno.
Cuando desperté recordaba todo, vi un
reloj en la pared, marcaba las 12:30h. No sabía dónde estaba. Una enfermera
me vigilaba y me preguntó algo, como no podía hablar me enseñó una pizarra
blanca con el abecedario, yo con el rotulador iba señalando letra por letra.
Dije que me costaba un poquito respirar. Me habían puesto otra máquina, y
después la cambiaron por la que tenía antes. Cuando vi al doctor Antón me
quedé más tranquila. Como todo salió bien no me quedé en la UVI, antes de la
operación me dijeron que estaría un día o dos. A las dos de la tarde ya
estaba en mi habitación.
Pasé una semana fatal y con fiebre.
La cánula que me pusieron no me iba bien, tuvieron que traer una de mi
medida. Aún así no me quejaba. A la doctora Güell le pedí que dijera a las
enfermeras que no me dieran ningún relajante muscular, porque después me
dejaba atontada y no me gustaba. El doctor Antón me dijo que no aguantara el
dolor, que pidiera calmantes, además dijo: “tienes dos operaciones, no eres
de piedra, eres un ser humano”.
A los pocos días me cambiaron la
cánula y fue mejor. A los tres días me la volvieron a cambiar por la de
suero. La de aire se escapaba mucho (dentro de la tráquea hay un globo que
está lleno de aire o suero fisiológico que sirve para sujetar la cánula y que
el aire que entra para respirar no salga por la nariz y boca). Pasé toda una
mañana del sábado hasta las cuatro de la tarde, con el problema de que me
costaba respirar. Una doctora me decía que los parámetros de la máquina
estaban bien, que el problema eran mocos (hacía ruido en la tráquea, como si
roncara por ejemplo). Yo decía que a lo mejor era el globo que se había
desinflado, pero nadie me hizo caso. Me levantaron de la cama, me
desconectaron el respirador y me pusieron Ventolín con oxígeno durante diez
minutos y me aspiraban. No salía ningún moco, me volvieron a acostar y yo
seguía igual. Cuando cambiaron de turno, vino una enfermera que estuvo observándome
y me preguntó si yo estaba respirando. Le dije que sí. Me pidió que dejara de
respirar, pero la presión bajaba y a mí no me iba bien, probó de subir un
poquito la presión del aire, me encontraba un poco mejor. Consultó por
teléfono con la doctora Güell y ésta le dijo que mirara el globo.
Efectivamente, era lo que yo decía. ¡Qué alivio! ¿Por qué no me lo miraron
antes -pensé?
Por las noches cada día hay un médico
de guardia diferente. Una vez le llamé para decirle que notaba el corazón
acelerado. Miró los parámetros y todo estaba bien. A continuación me dijo:
“eso es porque estás nerviosa”. Pensé: “¿nerviosa yo? Estoy tranquila”,
contesté que no. Pero él insistió que eran nervios, no me hizo caso y se fue.
No me gustó su forma de tratarme porque no me creyó.
Así que, decidí esperar a ver si se
me pasaba y controlarme por mi cuenta. Después se me fue pasando.
¡Claro! Ahora pienso que hay mucha
gente quejica. Por cualquier cosa ya tienen que alborotar el gallinero. Por
eso, cuando una dice la verdad no lo creen.
La noche siguiente me volvió a pasar
pero más fuerte. La enfermera llamó al médico (era otro), éste me preguntó si
estaba nerviosa, contesté que no. Me miraron la fiebre, la tensión, me
pusieron el pulsímetro y el electrocardiograma. Las pulsaciones se iban
acelerando, llegaron a ¡170! El médico dijo: “puede ser una subida de
fiebre”. Mi madre le dijo que mi temperatura con la ventilación mecánica me
quedaba más baja de lo normal, es decir, si mi temperatura marcaba 37º era
como si fuera 38º. Me pincharon. Parece que me dio una subida de fiebre. El
médico y la enfermera se quedaron una hora vigilándome. A pesar de todo,
mantuve la calma. La enfermera estaba más asustada que yo, no sabía qué me
pasaba. Poco a poco se fue normalizando el ritmo cardíaco.
Tras varios días de estar con suero,
empecé a comer a través de la sonda (gastrostomía)
También tuve problemas con la comida.
Me producía muchos gases y me daba mucho dolor en el vientre. Me cambiaron el
preparado por otro más concentrado, menos cantidad y el gota a gota más
despacio. Poco a poco fueron aumentando la cantidad y pasado un mes me lo
volvieron a cambiar por el de antes, porque según me dijeron el concentrado
tiene mucho azúcar.
Menos mal que a los dos días de estar
ingresada me dejaron la grúa eléctrica. Mi madre cogió una sábana enrollada y
la ató a la grúa, el enfermero puso esparadrapo para que la sábana no se
desatara. Me la ponía detrás de las rodillas y de esa forma, con el mando, me
levantaba el culo y así podía hacer mis necesidades sin la ayuda de una
tercera persona. También podía mover las piernas. A todo el mundo le gustó la
idea que tuvimos.
En cuanto al respirador, me cambiaron
de máquina por otro modelo, me va mejor que la anterior y el aire que me
llega es más suave. Además, la batería dura más.
Durante las dos primeras semanas no
quise recibir visitas, les dije que cuando estuviera mejor les avisaría.
Necesitaba tranquilidad, estoy acostumbrada a estar sola con mis padres en
casa. En cambio, recibía llamadas.
Un día vino a verme el doctor Fidalgo
acompañado de dos ortopédicos, para ver si podían hacerme un corsé nuevo, el
que tengo no me valía por la gastrostomía. La doctora Güell estaba presente y
vio como el doctor Fidalgo me trataba (ya dije que era muy serio). Estuvo muy
cariñoso conmigo. Me cogía la mano y me decía que comprendía todo lo que me
estaba pasando. Me dio ánimos. Le contó al ortopédico muchas cosas de mí. Él
dijo al ortopédico que hiciera todo lo posible por conseguir levantarme de la
cama, que yo tenía que volver a trabajar (o sea, pintar).
La doctora Güell no creía lo que
estaba viendo. Después ella se lo comentó al doctor Antón y al equipo médico.
Días después, vinieron el ortopédico
y su ayudante. Me hicieron un molde de yeso adaptado a mi cuerpo. Cuando
terminaron, quedaron restos de yeso por toda la habitación. Cuando entraron
las enfermeras y la auxiliar, en broma dijeron:
-¿Qué ha pasado aquí?
Los ortopédicos pidieron disculpas.
-No pasa nada, lo limpiamos y ya está
–dijo una enfermera.
Cuando se marcharon, lo limpiaron y
cambiaron las sábanas. Se lo tomaron con sentido del humor.
A la semana siguiente, me probaron el
corsé, me sentaron en mi silla para retocar en algunos puntos donde me hacía
daño. Mientras lo probaba, no me sentía cómoda y no aguantaba sentada.
Comentamos la posibilidad de traer
una silla de ruedas nueva con todas las comodidades y a la que se pueda poner
el respirador y la batería detrás.
Me dijeron que en una feria de muestra
había una que se podía inclinar el respaldo automáticamente. Me la dejarían
probarla cuando terminara la feria.
Cuando ya me encontraba mejor empecé
a recibir visitas. Vino mi vecina, Tere, con su hija Zoraida. Como siempre,
me contaron novedades del barrio.
También vino a verme una antigua
amiga del colegio, Nuria, acompañada de su madre y su novio. Me regalaron una
planta seca y un patito de peluche con sonido real.
¡Vaya con el patito! Algunas
enfermeras y la doctora Güell lo tocaban, y me preguntaban cómo se paraba.
“Se para solo” contestaba.
Después de estar veinticuatro días
ingresada, los médicos deciden darme el alta. En principio, no me apetecía
regresar a casa, porque en el hospital me sentía protegida. Pero ellos tenían
miedo de que yo pudiera coger algún virus rebelde del hospital. Además,
confiaban en los cuidados de mi madre y en que estaría mejor en casa.
Me comentaron que la enfermera
Garbiñe, vendría a mi casa los primeros días para ayudarme.
Cuando me dieron de alta, la
enfermera Garbiñe, me acompañó hasta mi casa.
Regresé en ambulancia con mi madre.
Ya en casa, entramos a mi habitación, mi padre ya me había comprado la grúa
eléctrica. Garbiñe le gustó mucho mi habitación (mi madre y yo diseñamos los
muebles mas estrechos para tener mas espacio). Antes de marcharse, me dejó un
número de teléfono para cualquier cosa que necesitara. Además, viene a verme
cada mes para controlar la presión del aire de la máquina y saber cómo me
encuentro.
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sábado, 5 de marzo de 2011
9. Acepté someterme a una traqueotomía
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Hola Ana. Trabajo en Can Ruti, alli tu madre me dio una tarjetita con tus datos. Escribes tan bien que tus historias enganchan. Sigue asi!!! ;)
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